miércoles, 22 de abril de 2020

Les Luthiers, Mastropieros que nunca


Como cada temporada, Les Luthiers acuden año tras año a su cita con los escenarios españoles y los espectadores españoles acuden año tras año a su cita con Les Luthiers. Y arrasan, cada temporada, con su humor inteligente, ingenioso, genial, único, superlativo. La nota triste la puso en agosto de 2015 la muerte (prematura, demasiado prematura, ¡hombre!) del gran Daniel Ravinovich, que fue, para el que esto escribe, el más genial de estos cinco genios. Ayer, 22 de abril de 2020 se despidió Marcos Mundstock, la Voz, el Narrador, que con su sola presencia sobre el escenario -semblante serio, andar pausado, carpeta roja bajo el brazo- ya arrancaba una general carcajada, anticipando lo que iba a llegar. Se nos ha ido Mundstock, y otra vez nos hemos quedado sobrecogidos. Pero, lo bueno, el consuelo, es que siempre nos quedará su recuerdo, sus actuaciones, su genialidad, su Humor mayúsculo... y las composiciones de Johann Sebastian Mastropiero.


Se enciende un foco sobre el desnudo escenario. Un señor calvo, barbudo y muy serio, de riguroso esmoquin, avanza con ceremonia sobre las tablas y se detiene ante un micrófono. Saluda al público con un leve gesto, se aclara la garganta y comienza a recitar con elegante y armoniosa voz de bajo muy bajo, bajísimo, en un MI del tercer espacio por lo menos, resonancia orofaríngea de alto vibrato y marcado acento argentino: «Yo nací en el África, por eso mi piel es negra. Mi nombre es Oblongo, que en dialecto Swahili quiere decir, más largo que ancho. (…) Dónde estará ahora mi sobrino Yoghurtu, Yoghurtu Nnnnghe, que tuvo que huir precipitadamente de la aldea por culpa de la escasez de rinocerontes. Yoghurtu Nnnnnnnghe era el joven más apuesto y más hermoso de la tribu, su piel era tan oscura que en la aldea le decían "el negro". Su voz, su voz tenía la sonoridad del rugido del león, la calidez del ronquido de la pantera, la grave aspereza del bramar del bisonte; cantando, ¡era un animal!».
Mientras el muy serio narrador de esmoquin recita la introducción, otros cuatro individuos con sendos esmoquins e idéntica seriedad (aproximadamente), aguardan parsiarmoniosamente ante sus instrumentos musicales, prestos para actuar. Dichos instrumentos pueden ser, por ejemplo, una contrachitarrone de gamba, un nomeolbídet, un yerbomatófono d’amore o un piano de cola, sin más. Lo que puede suceder a continuación es… bueno, en realidad puede suceder cualquier cosa. Como de hecho viene sucediendo desde hace más de 40 años.


Por supuesto, hablamos de Les Luthiers (pronúnciese /lely'tje/ con afrancesada ceremonia), el cuarteto, septeto, sexteto, quinteto y ahora nuevamente sexteto humorístico más aplaudido de la historia del HUMOR, con todas las mayúsculas. Porque si hay un humor con mayúsculas, éste es su humor inteligente, fresco, elegante y sutil; culto incluso. Hasta absurdo. Y absolutamente único. Genial, en dos palabras.
Y es que cinco tipos -o seis- vestidos con esmoquin clásico (o sea, en blanco y negro), sin necesidad de disfraces ni máscaras ni maquillajes, sobre un escenario cuasi desnudo de decorados y efectos, portando instrumentos de música clásica, o no, sin imitar a nadie y sin necesidad de ofender a nadie, que llevan cuatro décadas haciendo reír a carcajada limpia (y nunca mejor dicho) a millones de espectadores en España y América, año tras año, no sólo es una genialidad, sino además una rareza.

¿El secreto? Divertirse jugueteando con las palabras, los dobles sentidos, los gestos, las confusiones, el absurdo, la Historia, las historias, la inteligencia del espectador y, por supuesto, la música. Cualquier música, desde la ópera sinfónica, el cantar juglaresco o la candombe-milonga, hasta la bossa nova, la canción rusa, el rap o el simple tarareo; desde el himno más solemne hasta el canto ambibalante de la oveja, la música es la razón de ser y verdadera protagonista de todas las obras de Les Luthiers.
Será casualidad (o no) que todos sus integrantes sean maestros del arte sonoro: concertistas, compositores, arreglistas, directores orquestales y corales… y, de paso, Notario, Licenciado en Química Biológica, Arquitecto o Creativo Publicitario. Todos músicos, todos actores, todos cómicos. Todos rebosantes de humor, desvergüenza, lirismo e ingenio a partes iguales. Porque todos participan en la creación de cada obra, interpretan magistralmente multitud de instrumentos y más multitud aún de personajes. Siempre de esmoquin, por supuesto.


El nacimiento oficial de Les Luthiers tuvo lugar el 4 de septiembre de 1967. Gerardo Masana (que murió en 1973), Marcos Mundstock, Daniel Rabinovich (fallecido este agosto) y Jorge Maronna fundaron el grupo humorístico argentino, al que con los años se unieron Ernesto Acher, Carlos López Puccio y Carlos Núñez Cortés; y ahora, tras la muerte de Ravinovich, Tato Turano y Martín O'Connor. Su primer éxhito (en efecto, dicho éxito marcó un hito) llegó en realidad unos años antes, en el Festival de Coros Universitarios en Tucumán, donde Masana presentó su Cantata Modatón, obra escrita al estilo de La Pasión según San Mateo, de Johann Sebastian Bach, pero con la letra tomada del prospecto de un laxante (como suena) que además interpretaron con extravagantes instrumentos construidos por ellos mismos. El resultado fue apoteósico y “La Cantata Modatón” (años después rebautizada “Cantata Laxatón”) significaría para ese grupo de amigos el principio de una exitosísima carrera de 48 años, por lo menos.


En 1970 tuvo lugar otro nacimiento trascendental en la vida de Les Luthiers: el de Johann Sebastian Mastropiero (que en realidad también había nacido unos años antes), el desastroso e hilarante compositor de muchas de las obras maestras de Les Luthiers, y cuya sola mención despierta una oleada de risas entre el público. Sus composiciones han acabado siendo grandesitos… perdón, grandes hitos universales, a pesar del dudoso genio del autor y de la nítida oposición paterna («Hijo mío, te pido que abandones la música. Es posible que sean mis prejuicios los que me impiden ver, pero por desgracia no me impiden oír»). El espectáculo “Mastropiero que nunca” (1979) grabó el nombre de Les Luthiers y el de Johann Sebastian con notas de oro en el pentagrama de la Historia.


A partir de ahí, los recitales de Les Luthiers comenzaron a recorrer y a conquistar el mundo con el idioma universal del humor y la música. Aunque su obra es esencialmente en español, los osados juglares se ha atrevido con el inglés (“Miss Lilly Higgins sings shimmy in Mississippi's spring –Shimmy-”), con el ruso («Oi gadóñayaaa… Basta, bala...laika / enseñanza laica / niña etrusca añeja / la lleva o la deja»), con el francés (“Chanson Indienne”, afrancesado homenaje a Tip y Coll) y hasta con las matemáticas («nuestro amor se rige por el Teorema de Thales: cuando estamos horizontales y paralelos, las transversales de la pasión nos atraviesan y nuestros segmentos correspondientes resultan maravillosamente proporcionales»). A lo largo de estas décadas, millones de espectadores se han rendido a su genio, a su alegría jovial, a su humor limpio y de sana intención, a sus travesuras musicales, a sus estrafalarios personajes, a sus “sketches” frescos, ingeniosos y verdaderamente antológicos. Sólo Les Luthiers son capaces de recrear y recrearnos en obras tan genialmente absurdas como el “Romance del joven Conde, la Sirena y el pájaro Cucú. Y la Oveja”, “Adiós, mi Estepa (Fuga en Si-beria)”, “La Bella y Graciosa Moza Marchose a Lavar la Ropa”, el “Concierto de Mpkstroff” («…mientras los violines dibujan un elaborado contracanto, el piano ataca el tema principal, que resulta ileso… Luego, y como anunciando el final, el concierto termina») y tantos y tantos desternillantes momentos que los han puesto a la altura de los mayores cómicos de todos los tiempos. Y sin quitarse el esmoquin.


Y llegados a este punto, qué podemos agregar... que no se haya dicho ya... o que sí se haya dicho... aproximadamente.



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