miércoles, 11 de abril de 2018

Trujillos y Ragel. Historia de una foto.


Dicen que cada imagen cuenta una historia. Esta fotografía del Capitán Trujillos descendiendo por la mítica cortadura de la Zarzuela, cuenta dos historias: una, la del jinete que dejó pasmados a los oficiales extranjeros que asistieron a la demostración; otra, la del fotógrafo que inmortalizó la escena y pasmó al mundo entero, Diego González Ragel.

 
Una mañana de primavera de 1927. Examen de fin de curso 1926-27 en la Escuela de Equitación Militar. El capitán Álvarez de Bohorques, Marqués de los Trujillos, sale con sus alumnos a clase de exterior en terrenos de Zarzuela. El lugar es perfecto para poner a prueba la destreza de los jinetes, y su arrojo: imponentes cortaduras de arena arcillosa, algunas de más de 15 metros de caída vertical, por las que deberán descender (o más bien, caer) tratando de mantenerse sobre sus monturas. Algo que lograrán muy pocos.

La míticas cortaduras de la Zarzuela
No es la primera vez que descienden por esas gigantescas dunas y barrancos los alumnos de Caballería. Pero sí es la primera vez que lo hacen ante un grupo de oficiales extranjeros, que pudieron presenciar en vivo las enseñanzas del profesor, el grado de maestría de los oficiales, el perfecto adiestramiento de sus monturas y, sobre todo, el valor sin fisuras de todos ellos, alumnos y maestro. Especialmente en el último descenso, en la imposible prueba final, la bajada de la descomunal cortadura que más tarde recibió el nombre de “Gran Trujillos”.
    
Así lo describió el célebre capitán francés De Montergon, emocionado testigo de aquella hazaña impensable: “Cuando vi la cúspide de la última bajada y comprendí lo que intentaban hacer; cuando, acometido del vértigo, me incliné sobre un corte de pico, de veinte metros, a cuyo término sólo una pendiente arenosa se ofrecía para recibirles, pensé: ¡Eso no es posible! ¡No bajarán!”

Pero bajaron. Todos. Primero el profesor, el guía; y luego todos los alumnos, uno detrás de otro, sin pensarlo, con fiel y ciega disciplina. Cayeron caballos y jinetes, lanzados al vacío de su temeridad; se voltearon unos sobre otros, en una interminable secuencia de majestuosas bajadas y apocalípticas caídas (la primera vez, salvo el profesor, ninguno acabó sobre su montura; la segunda, ni siquiera el capitán Trujillos). Al final, todos más o menos indemnes, y todos absolutamente orgullosos de su gesta.

Un año después, el examen de fin de curso se celebró en los mismos terrenos. El profesor también era el mismo, el Marqués de los Trujillos (a la sazón uno de los mejores jinetes españoles de todos los tiempos, que ese mismo año de 1928 logró, en Amsterdam, la primera medalla de oro para España en unos Juegos Olímpicos en saltos por equipos; pero esa es otra historia que ya hemos contado aquí). En esta ocasión, con un testigo aún más excepcional: Alfonso XIII. El Rey, orgulloso de sus oficiales, quedó sin embargo tan impactado, que prohibió la repetición de la prueba al día siguiente, como estaba establecido. Orden que, por cierto, su amigo el capitán Trujillos desobedeció, con todos los respetos hacia Su Majestad, claro. Sin embargo, los jinetes españoles habían dejado en lo más alto el prestigio del Arma de Caballería que, como demostraron una vez más, no reconoce obstáculos. Días después, el Rey envió un mensaje de felicitación al maestro y sus alumnos: "por la disciplina, entusiasmo y decisión demostrados en la bajada de las cortaduras". 

Ragel, repórter fotógrafo
De ambas sesiones fue también testigo Diego González Ragel. Y gracias a su pericia y maestría con la cámara, todos nosotros también. Las dieciséis fotografías del reportaje gráfico de 1927 (publicado en la revista Blanco y Negro y numerosas publicaciones extranjeras) le otorgaron la fama, no sólo por el interés de las proezas representadas, sino también por su habilidad técnica y por la modernidad de sus composiciones.

Nacido en Jerez, en 1893, fue sin embargo en Madrid donde ejerció su carrera como repórter, según él se definía, pues le interesaba más contar que retratar. Destacó principalmente como fotógrafo deportivo, especializado en caza, automovilismo e hípica; pero también fue íntimo retratista de la familia Sorolla; y editor de una revista bélica durante la contienda civil; y fotógrafo personal del general republicano José Riquelme; y, a pesar de su pasado republicano, fotógrafo oficial del Banco de España desde 1941 hasta su muerte, en 1951.


Ragel supo retratar como nadie el Madrid de la posguerra, el cotidiano, el de la calle; pero también el de la aristocracia y la vida bohemia (tuvo una intensa vida social), y el de las cacerías y las carreras de coches o de caballos, y el de los grandes hechos históricos, como la despedida de Alfonso XIII a Miguel Primo de Rivera, camino del exilio, en la estación de Atocha. Pero tal vez el episodio más relevante de su carrera fue el encargo de inmortalizar las transferencias del oro y la plata que partieron del Banco de España hacia Moscú; ocultó los clichés durante la guerra, y a su término los entregó al Ministerio de Hacienda, lo que permitió recuperar parte del dinero en París.

Olvidado durante décadas, hace unos años se organizó en Madrid una exposición que reunía, por primera vez, los fondos de su archivo personal e inédito; más de un millar de imágenes que constituyen un legado único y un interesantísimo testimonio de una época y de una vida: la de Ragel, “fotógrafo notario de todo, protagonista de nada”. Un inmenso legado que se puede encontrar en internet.

Hoy, gracias a Ragel y a su talento podemos admirar y enmudecer ante esta impresionante imagen (y toda la serie de las cortaduras) que protagonizó el capitán Trujillos (mi abuelo). Y si no la estuviéramos viendo con nuestros propios ojos, exclamaríamos como el capitán francés: "¡Eso no es posible! ¡No bajarán!”


1 comentario:

  1. Gran articulo y bonito homenaje a tu abuelo, Pepe
    La foto bien podría ser una alegoria de la situación de España. Esperemos que el actual "jinete" de España, como hizo magistralmente tu abuelo, sea capaz de bajar por la "cortadura" en la que estamos sin que tropecemos y seamos el hazmerreír de Europa. Sin duda le hará falta el coraje, la valentía y la maestría que el Capitán Trujillos demostró en la hazaña que Ragel recogió en esta magistral foto que deja anonadado a quien la ve. Me parece que Ragel ha sido sustituido por Merkozi.

    Abrazo

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